Ixmiquilpan, Hidalgo, 24 de mayo de 2025. Yael Bautista Vera es un chico de dieciocho años, originario de Mixquiahuala, Hidalgo. Fue criado por sus abuelos maternos, dado que su mamá estudiaba lejos y su papá era migrante. Carlos Vera Tapia y Gudelia Martínez Martínez lo educaron transmitiéndole la cultura indígena hñähñu hasta los 11 años.
En entrevista, comentó que cuando su mamá regresó le prohibió hablar su lengua natal y vestir de manta, por el desprecio que se le daba a los hñähñus. Luego de un largo tiempo su papá regresó, y a él le parecía bien que hablara y vistiera como más a gusto se sintiese.
Señaló que todos los fines de semana suele venir a Ixmiquilpan a reforzar su identidad, pues aquí aún encuentra gente con la que puede practicar su lengua materna; también le gusta porque en el mercado municipal todavía encuentra artículos de su interés, como los huaraches, aunque ahora se han estilizado.
Al municipio viene acompañado de sus primos: David, de 19 años, que aprovecha para estar con su novia ixmiquilpense, y Salvador, de 11 años, que se reúne con su familia. Dice que, llegando a Ixmiquilpan, se separan y quedan de verse a la misma hora por la tarde para agarrar el transporte de regreso a su casa. En el transcurso del día no suele comunicarse con ellos, pues, a pesar de tener celular, la tecnología no es de su gusto. Menciona: “Es malo, yo veo a mis otros primos cómo se la pasan ahí, ya ni quieren platicar con mis abuelos y antes de tener celular es lo que más querían, nos sentábamos todos a escuchar sus historias, aunque fueran las mismas”.
Lamentó que en su comunidad de Mixquiahuala sólo queden alrededor de 7 hablantes. Y teme que en Ixmiquilpan pase lo mismo, pues señaló que el municipio está muy modernizado y las personas, por andar en nuevas modas, se olvidan de sus raíces. “Mis primos ahora se creen mucho, vistiendo diferente, con sus gorras, pans y tenis, piensan que los corridos del mentado Peso Pluma los escribieron para ellos y se creen los reyes del mundo, reniegan sus raíces, ¡sí esos cabrones igual andaban descalzos como yo!”, expresó. “A veces pienso en que sería mejor largarnos al cerro con gente que hable como nosotros y no le dé pena ser hñähñu, estar entre los conejos, tlacuaches, chapulines…”.
Dijo que la gente cada vez desconoce más su cultura, resultando a veces graciosa. “Ya no saben pronunciar bien las palabras, a veces quieren mentar la madre y como no saben el pronunciamiento terminan diciendo: chinga tu nixtamal”. Consideró lamentable que los políticos quieran vestir de bordados en el Valle del Mezquital, pero traen consigo ropas con tenangos de la región Otomí-Tepehua. O cuando “los hombres quieren lucir camisas bordadas y los bordados están colocados de un lado que sólo se usa para las blusas de mujer”.
Además de tener hábitos característicos de la comunidad hñähñu del Valle del Mezquital, comparte rasgos de la comunidad indígena del Estado de México, específicamente de Exquinquitlapilco, donde vivió algún tiempo; también sabe un poco de náhuatl, por sus abuelos paternos.
Resaltó diferencias entre los hñähñus originarios del Valle del Mezquital y de EdoMex, diciendo que en este último suelen vestir tipos charros, con sombrero, camisa lisa, pantalón de manta, negro, café o blanco; morral de ixtle y pañuelo. Él suele calzar huarache en lugar de bota para estar fresco, pero bota larga cuando tiene que pasar por caminos con cardones o lodo. Además, usa huaje, zarape y ceñidor.
Dijo que la forma de vestir tiene significado, por ejemplo, el pañuelo es principalmente usado amarrado al cuello para que no se quemen; sin embargo, cuando gustan de una muchacha se lo dan. La posición del sombrero hacia arriba significa que es una “persona gallera”, en la que no hay que confiar; de lado, es una persona mala o proveniente del norte; hacia abajo, es que algo malo hizo. Los huaraches se usan para hacer promesas a las mujeres y los santos. “Una mujer puede decirte que se casará contigo hasta que se te desgasten los huaraches en ir a verla, por eso hay que usar los más viejitos”, dijo con risa. “O a los santos, cuando se les pide un favor prometemos algo a cambio, y para que el santo sepa que vamos a regresar a cumplir nuestra palabra le dejamos un huarache”. Agregó que la vestimenta tradicional de las mujeres ya se perdió; ellas llevaban faldas largas de color negro y rebozo.
Mencionó que se acusa a los indígenas de ser violentos; a su parecer, esa fama se adquirió por los abusos, discriminación y carencias en las que habían vivido generaciones pasadas. “A muchos los han sacado de sus tierras, arribándolos a que vivan en miseria, se convierten en bandoleros y los matan. En general, somos buenas personas, me ha tocado ver con nahuales que, si les faltan el respeto, les ponen la charrasca en la panza”, señaló. La charrasca es una cuña que utilizan para labores de la vida cotidiana; a él, en Ixmiquilpan, un policía se la quitó, pues es un delito portar armas blancas en vía pública.
Dijo que la cultura hñähñu tiene cosas buenas, a diferencia de nuevas culturas. Esto se ve, por ejemplo, en la forma en que se chulean a una mujer: dijo que se les suele decir flor a las mujeres: “¡Qué chula flor!”, cuando les gusta alguna. Para saludar, por ejemplo, se dice: “¿Cómo te amaneció Dios?” A su vez, también existen los albures.
Expuso que en la cultura hñähñu se reconocen diferentes deidades, como la madre luna y el padre sol. Estos están representados por símbolos como el águila y el jaguar, respectivamente, incluso los suelen tener en figuras católicas. Un ejemplo de esta mezcla religiosa y cultural se da en la comunidad de Ferrería, Nicolás Flores, donde hay una escultura atribuida a la imagen de la Virgen de Guadalupe, pero para él es la deidad llamada K’nga’ndo. Agregó que actualmente siguen habiendo chamanes, pocos; estos suelen llevar a la iglesia católica deidades prehispánicas ocultas entre flores para ser bendecidas. Aunque la familia de Yael ha intentado que se adentre a sus religiones como la católica y evangélica, él no ha querido. Intentó por amor a ellos, leyendo la Biblia, pero no fue suficiente para dejar de creer en sus deidades. Leerla le llevó 17 meses.
Mencionó que ha trabajado como pastor de ovejas, verdugo, tlachiquero, artesano y caporal. Este último oficio le ha generado gusto por los caballos y la charrería. Entre sus habilidades están el tejido de ixtle, bordar, cultivar, tiro con resortera, criar animales y el raspado de pulque. Agregó que le gusta explorar, caminar y conocer cosas nuevas; el futbol, las hamburguesas, las gomitas, las pulcatas, la Coca-Cola, las fiestas patronales y los bailes. De niño se soñaba en ser como Antonio Aguilar, “revolucionario de pueblo en pueblo, con mujeres y jugando baraja”. Le gusta cantar melodías de banda, rancheras y huapangos, de artistas como Miguel Aceves Mejía, Cuco Sánchez, Javier Solís y José José.
Compartió también que a los 12 años ingresó por primera vez a la escuela, encontrando ahí el gusto por la lectura y escritura. Siguió la preparatoria en el Instituto de Aprendizaje para Adultos y aspira a ser agrónomo o maestro rural. “Me gusta leer porque somos como animalitos, nos guiamos por instinto y la lectura nos ayuda a orientar nuestra forma de ser”. Asegura haber leído obras como Don Rábano y Doña Nachi, Juventud en éxtasis volumen 1 y 2, Rebelión en la granja, La vida inútil de Pito Pérez, Cómo criar al varón y la mujer, 7 hábitos de los adolescentes, El más burro del salón, así como historias de la Revolución, en las que ha encontrado afinidad con Emiliano Zapata, pues lo señala como un hombre modesto que luchaba por los intereses sociales, con buen gusto de la moda y los caballos.
Dijo que académicamente le ha ido bien, pues gusta de escribir, lee hasta caminando y dibuja mucho. Solo le cuesta hacer uso de las TIC, pues no las entiende, dado que no está muy de acuerdo con la tecnología: “Lo que ellos hacen con computadora yo lo sigo haciendo con cartel”.
Explicó que la tecnología ha corrompido la forma natural del ser humano: “hay cosas interesantes de la modernización como las bocinas, donde puedo escuchar mi música, o las carreteras pavimentadas, ya con esas no me tuerzo mi pie”. Dijo que los tiempos modernos tienen vicios malos, como las drogas. Cierto día, en el jardín municipal de Ixmiquilpan, se encontraba disfrutando un helado cuando un chico se le acercó ofreciéndole droga. Ante la intimidación, comenzó a hablarle en hñahñu hasta que se fue.
Entre otras particularidades, Yael tiene ojos claros por sus abuelos de ojos azules y piel muy blanca, quizá debido al mestizaje en tiempos de la Revolución. Compartió, además, que sus películas favoritas son La falla de San Andrés, Jalisco no te rajes, Juan Charrasqueado y Los Tres Alegres. Finalizó la entrevista recordando con cariño y respeto a su xita y zuzu (abuelo y abuela), a quienes ya no tiene en vida.