• Sáb. May 24th, 2025

El Huarache

Voz y Huella del Mezquital

Por el maestro Víctor Cruz Martínez

En 2016, durante la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, el entonces secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, cometió un error que quedó grabado en la memoria colectiva del país: invitó a los niños a “ler”. No a leer, sino a ler. Una niña de primaria, Andrea Lomelí, lo corrigió con amabilidad y certeza. El video se volvió viral, generó burlas, memes, risas… pero muy pocas reflexiones profundas.

Y sin embargo, esa escena aparentemente anecdótica refleja un problema estructural que aún persiste con dolorosa normalidad: En México, demasiados funcionarios públicos y maestros no tienen la preparación académica mínima para las responsabilidades que ostentan. Y no solo no lo tienen, sino que ni siquiera sienten vergüenza de carecer de ella.

En el caso del magisterio, hay miles que dan clases sin vocación, sin formación pedagógica y, en muchos casos, sin escolaridad formal. Llegaron ahí porque heredaron una plaza, la compraron o simplemente porque era la opción más fácil. Algunos estudiaron en escuelas sin rigor, sin supervisión, sin contenido real. No son todos, pero sí son muchos, demasiados para ignorarlo, luego entonces podemos preguntar ¿cómo puede un maestro transmitir el amor por el conocimiento si no lo ha experimentado? ¿Cómo puede formar ciudadanos si él mismo no ha sido formado?

En el ámbito político, el panorama es igual de alarmante. La Constitución no exige preparación profesional para ser funcionario o representante popular, y eso ha abierto la puerta a una larga lista de personajes sin preparación alguna. Entran a la política como si fuera una aventura, se acomodan, hacen relaciones, y de pronto se encuentran frente a un micrófono, improvisando discursos huecos, repitiendo frases sin sentido, cantinfleando.

Cuando tienen que dirigir un mensaje, cuando están frente a una cámara, se nota. Se nota la falta de lectura, se nota la pobreza de ideas, el desconocimiento de su propia función. Y lo peor: muchos ciudadanos aplauden. Como si el carisma bastara. Como si la ignorancia no cobrara factura.

El incidente de Nuño fue apenas una muestra de lo que ocurre todos los días en escuelas, congresos, presidencias municipales y oficinas gubernamentales. Nos reímos de él, pero no dimos el paso de cuestionarnos por qué ocurren estos errores garrafales. La respuesta está en la mediocridad institucionalizada, en un sistema que no exige, que no evalúa, que no premia el mérito.

En ocasión del Día del Maestro, celebrado durante toda esta semana, habría que dejar de lado los discursos fáciles y los aplausos vacíos. Habría que preguntarnos, con seriedad: ¿qué estamos haciendo para dignificar la enseñanza? ¿A quiénes estamos dejando entrar al magisterio? ¿Y qué tipo de personas estamos eligiendo para que nos representen políticamente?

Maestros y políticos comparten algo fundamental: son guías. Y un guía sin rumbo, sin conocimiento, sin preparación, no lleva a ninguna parte. O peor aún: Nos lleva al precipicio.

No es justo que se le siga llamando “maestro” a quien no lo es. No es justo que se le entregue un cargo de gobierno a quien no sabe leer en voz alta. No es justo que los destinos de millones estén en manos de personas que no entienden ni lo que dicen.